Se tres cosas: primero, hace años abrir este blog con la intención de contar historias. Segundo, escribir ha sido un acto de catarsis. Y tercero, la que ronda con constancia, no puedo enseñar a escribir si no lo ejerzo.
Enseñar, dar, transmitir. Estas letras se reducen al hecho del hacer, de encontrar excusas para sentarme en el sillón solitario y enfrentar a mi mente, acallarla con sus propias palabras, respirar profundo cuando se le esta dando la forma, sonreír un poco cuando fluye.
Escribir, ejercer, contar historias.
Y esta, es la del norte, el norte de mi mundo, un pueblo Québécois con un francés fuerte y auroras boreales. Ríos que en agosto empezaban a congelarse. Lagos amables y tranquilos. Desayuno en la costa, temporada de arándanos y extrañas arenas rellenas para dar las gracias.
Tal vez, ese norte no regrese, ya no tengo entrada libre. Tal vez ese norte fuera sólo uno y se vaya perdiendo cada día. Ese norte, bien norte, que da la guía. Ese norte que fue reflejo de mi sur. Y ahora, en mi centro parece lejano, inexistente.
Tal vez, capaz, ya veremos ya que por ahora, he elegido mas que palabras.
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