miércoles, 30 de mayo de 2012

“El paso del pantalón fue una liberación casi tanto como la anticoncepción para las mujeres” Entrevista a Florence Thomas


FOTO: mujeres frente al espejo, Carlos Duque


La feminista más reconocida en Colombia habló sobre moda, consumo y el cuerpo como objeto. Sobre su vida en el París de los 60, sus iconos y su propio estilo. 
En una de las calles de Quinta Camacho en Bogotá, sus edificios altos y bajos viven en total armonía. Tranquila, soleada, iluminada aunque llueva. Dividida por un corredor de árboles continuos desde la carrera séptima hasta la trece. Es silenciosa a pesar de estar muy cerca de la movida Avenida Chile. Una calle casi sacada de una postal francesa.
Sufro por mis cinco minutos de retraso. La puntualidad europea no acepta excusas y sólo tengo una hora para la entrevista. Llego al edificio setentero de ladrillo lleno de árboles al costado. Me anuncian y subo. Una puerta de madera. Al lado derecho, un póster pequeño con una mujer llevando la bandera francesa, casi gritando revolución y libertad.
Florence Thomas me abre su puerta. Un apartamento lleno de objetos descontextualizados, ocupando el lugar correcto. Artesanías, cuadros, un perchero lleno de mochilas coloridas. Rápidamente me invita a la sala. Ella a contraluz, un ventanal gigante, un árbol que se mueve, el sol entrando. Florence vestida armónicamente con tonos azules grisáceos. Pantalón azul de paño liviano espina de pescado. Cuello bandeja que da paso a otro cuello tortuga que sobresale. Buzo sobre buzo. Un delgado collar de plata que cae sobre sus sacos combinados. Pantuflas moradas.
¿Cómo define su estilo personal?
Informal, donde me siento bien, es decir ante todo comodidad. Botas chiquitas o tenis para caminar, caminar la ciudad.  Los sábados o domingos una sudadera bonita, en general muy sencillas pero bonitas. Cuando trabajo: informal, no demasiado pero informal.
¿De su armario cuál es su prenda favorita?
El pantalón. También me gustan mucho los sacos y sufro en Colombia porque no hay buena calidad. Los compro cuando voy a París. En Francia hay muchas más posibilidades de comprar desde lo más informal hasta lo más formal. Aquí es difícil, desaparecen los almacenes y uno no sabe por qué.  
¿Dónde compra su ropa?
Hay días que siento que estoy mejor para comprar que otros, a veces me aburre. Va mucho con cómo me siento. Me gusta comprar en centros comerciales, el centro Andino y esa zona, donde todo está ahí. Soy una mujer en general fiel, cuando he encontrado un almacén que me gusta, lo anoto y vuelvo. Sé dónde volver para no peder tiempo, porque lo que no me gusta es perder tiempo.
¿Y, tienes alguna marca preferida?
No, eso sí en marcas yo soy muy mala. En general marcas de ropa informal. Yo no soy de sastre, yo creo que nunca en la vida me he puesto un sastre, no tengo ningún vestido largo de coctel. Soy de pantalón, de informalidad. Hot Line… Hot Line, donde hay chalequitos y cosas así chéveres.  
¿Qué es la moda?
La moda son a veces imposiciones del mercado para hacernos comprar, para volvernos consumistas. Evidentemente, yo pertenecí a una generación donde tuvimos que pasar de la minifalda a la falda larga hindú y después volvimos a la falda corta. Todo eso para hacerte cambiar tus modos de vestir, de estar. Hay otro tipo de modas, en lo puramente cultural, por ejemplo en relación a cómo se arreglan las casas.  Hay múltiples modas. Pero yo creo que las modas están hechas para que no dejemos nunca de ser consumistas, de comprar, comprar y comprar.
¿Para una feminista la moda es un tema trivial? 
No, no es un tema trivial. La moda sirve para atraparnos, pero creo que no hay inconveniente entre ser feminista y que le guste la moda, en absoluto. Inclusive puede ser muy propicio para ciertos discursos. Por ejemplo yo creo que parte del éxito de Mónica Roa, cuando peleó por el fallo de la corte constitucional frente al aborto, fue que Mónica Roa es muy bonita. Es muy bonita y a la gente le molestaba. Hubieran querido que la vieja que peleara por el aborto fuera fea. Una mujer como Mónica Roa atrapa, la gente la escucha más. 
Es complicado, ahí hay una interacción complicada. Es un poco trivial lo que te digo, pero funciona. Esto es muy duro para las mujeres pero son las imágenes que circulan en la cultura. Lo dramático es que nos tratan de hacer creer que el modelo único de mujer es el modelo de nuestras reinitas de belleza de Cartagena, es 90 60 90, y eso es muy fuerte todavía en este continente. Toda la importancia de la imagen y todo lo que se ha construido en relación a los estereotipos femeninos.
Pero de todas maneras una mujer a la moda, en una cultura patriarcal, será escuchada con más facilidad.
¿Tiene  algún tipo de icono o un personaje de referencia?
Para vestir, no, sabes que no.
¿Y en lo personal?
En general me gusta como se visten las feministas. Las feministas amigas mías pero que finalmente se visten mucho como yo. Ese es mi grupo de referencia, no son las modelos, no son las mujeres de sastre, ni las mujeres de estrato seis. También me parece importante la otra generación. Tengo hijos ya de cuarenta años y me gusta mucho como se visten las amigas de ellos. Son más jóvenes que yo, pueden permitirse cosas un poquito más lindas. Yo tengo 69, no tengo 30 ni 40, pero a veces me hubiera gustado volver a estas edades porque hoy día hay más posibilidades de vestir chévere que en mi época. A pesar de que yo pertenecí a la época de los hippies.   
       
Era una época más marcada
Sí, era más marcada, ahora hay más variedad, hay más diversidad, estamos en los tiempos de la diversidad. Tú puedes andar con una faldita hindú y nadie va a decir nada. También cuando voy a París, es lógico ver la diversidad. Cuando estás caminado sobre los Champs Elysees y tú ves las mujeres negras con sus turbantes y las hindúes con sus saris muy bonitos y nadie dice nada. Eso me parece muy chévere, la permisibilidad frente a la diversidad.
Ojalá todas las mujeres pudieran vestirse como se les diera la gana y no estuviéramos tan atrapados. Pero es más difícil en Colombia que en París, por su puesto.
¿Qué piensa de París como centro de la moda?
En París o en estas capitales europeas donde además circula mucha plata, es un espectáculo la moda. Es un espectáculo porque tú ves en la calle los últimos modelos de las últimas colecciones, los que uno a veces ve en televisión y dice ¿pero quién se puede poner eso? Tú ves algunas mujeres vestidas así en París  y ves todavía mujeres con moda hippie y las afrodescendientes. A la vez están todos los almacenes de lujo, lujo, es decir, donde un vestido te vale 5.000 euros, pero también encuentras el barrio latino  y almacenes para vestir como quieres. Hay mucha más facilidad para poder vestirte como tú tienes ganas.
¿Qué piensa de Coco Chanel?
Una mujer muy importante para las mujeres. Ella fue la primera que abrió la posibilidad de ponerse pantalón. Fue una liberación para las mujeres. Primero poder vestir como quieren. Segundo el pantalón es muchísimo más práctico. Fue una especie de liberación que nos permitió subir a los buses e ir en los trenes. Irnos con los hombres de vacaciones, la democratización de las vacaciones. Las mujeres se liberaron mucho en relación a la moda, los primeros vestidos de baño, porque mi abuela, mi abuela se bañaba con cosas larguísimas, no existía el vestido de baño como hoy y después el bikini y después Brigitte Bardot. Todo eso liberalizó la moda. Realmente el paso del pantalón es una liberación casi tanto como la anticoncepción para las mujeres.
¿Si una mujer está buscando ser auténtica, la moda le ayudaría en ese proceso de particularización?
Sí, puede ser también una manera de diferenciarse del resto.
¿Qué implicaciones tiene el vestir en un sujeto?
Probablemente para la sociología del vestir sería mucho más rico vivir desnudos ¿no?. Es decir, vestir también ha sido relacionado con los climas. Entonces vestir es protegerse. Para las mujeres particularmente es protegerse también en relación a los tabúes que se han construido relativos al cuerpo femenino. Nos toca esconder cosas, lástima, pero es así. Y finalmente vestir hoy día hace parte del consumo y eso nos atrapa.
Cuando una mujer decide ponerse, por ejemplo, una transparencia y entra en la mirada de los otros  ¿afecta las concepciones feministas?
Depende cómo lo hacen y depende qué tipo de mujeres. Hay mujeres que dicen “a mí no me importa, yo decido, es mi vida”. Si son decisiones tomadas por mujeres autónomas no me preocupa. Me preocupo cuando las niñitas  de 14 o 16 años, muy bonitas ya, deciden operarse. Deformar su cuerpo. Me da una tristeza enorme pero es parte del imaginario.
¿Qué siente cuándo aún, después de tantos años de trabajo, ve publicidad de cerveza u otras tantas, que utilizan el cuerpo de la mujer como objeto?
Me ofusco, pongo columna en El Tiempo, pataleo, me parece todavía insólito, me parece indígnate para el cuerpo de las mujeres, para las mujeres mismas, y sobre todo lo que me parece más indignante es que nadie reacciona, les parece absolutamente normal. A la gran mayoría de las mujeres no las choca. Es todo un aprendizaje entender que eso nos maltrata.
¿Cuál es la concepción de libertad por la que lucha el movimiento feminista?
Es un poco como let it be, de los Beatles. Déjennos ser lo que queremos ser. La libertad va mucho con la autonomía, que podamos decidir y ser protagonistas de nuestra propia vida. Que las mujeres sean las que decidan sobre su cuerpo, sean las que decidan sobre cómo se quieren vestir, que sean las que decidan cómo quieren vivir, que sean las que decidan a quién quieren amar, si quieren ser madres o no ser madres, que tengan esa posibilidad de decidir sobre su vida, es eso la libertad. 
¿Cómo se vinculó a los movimientos feministas?
Pues, gracias a la Universidad Nacional. Había vivido los años 60 en París pero de todas maneras yo no llegué a Colombia feminista. Uno no nace feminista, yo me volví feminista en Colombia. En la UN había que hacer la revolución, la gran revolución socialista antes de ocuparnos de las mujeres y eso a mí me desesperó. Y entonces empecé a hablar con mujeres de Sociología, de Historia, de Trabajo Social y empezamos a fundar el grupo Mujer y Sociedad. Fue un saber nuevo para la UN.
¿Por qué estudió sicología?
Por una cosa muy sencilla, porque sabía que los últimos años de sicología no se podían terminar en la facultad de Rouen y tocaba terminar en París y yo quería ir a París. Eran los años 60, imagínate, era Simone de Beauvoir, era Jean Paul Sartre, eran los Beatles, era toda la contracultura en París. Entonces yo quería estar en París, y pude estar en París.
¿Por qué se quedó en Colombia?
Me enamoré de este país. Además  tenía dos hijos y volver a Francia en ese momento hubiera sido separar a mis hijos de su padre y yo nunca lo pensé. Y yo ya estaba enamorada de este país. Pero soy una mujer privilegiada, de todas maneras pude volver a Francia muy a menudo. Voy a Francia actualmente cada año todo un mes. Entonces eso es muy rico.
¿Un recuerdo de Francia? ¿Un recuerdo de la infancia?
Es tal vez París, París, es lo que descubrí en París, son los debates, los primero debates en relación a la revolución sexual, a las primeras píldoras anticonceptivas, a una profesora de filosofía extraordinaria que tuve en París, que fue alumna de Simone de Beauvoir, que me abrió la mente. Y mi infancia, sí que fue una infancia feliz, una infancia a 60 kilómetros del mar, de un mar frío, de un mar frío pero que es muy bello. Esos son recuerdos, tengo muchos recuerdos de mi infancia, pero después, lo que me marcó probablemente, fueron esos tres o cuatro años en París, además fue donde me enamoré de un colombiano.
¿Se enamoró allá y se vinieron para Colombia?
Sí, me enamoré de un colombiano, creo que de uno de los poquitos colombianos que había en este tiempo en París. Y sí, como el amor es ciego, pues cerré los ojos y me metí en un avión.

sábado, 19 de mayo de 2012

La muñekería de Erika Arkon



Erika dicta su primera clase a cambio de unas clases de cocina. Su aprendiz y profesora, está haciendo una pequeña muñeca de abrigo azul y un bolso gigante. Pregunta cómo sacar una bufanda. Erika coge un retazo de tela roja, las tijeras y sin dudarlo corta una tira. Luego, la dobla por la mitad y en los extremos hace tres diminutos cortes para darle el terminado. Coge la muñeca y enrolla la bufanda con una rapidez y facilidad impresionante.

Hace más de ocho años que hace muñecos. Dejó su carrera de publicidad y dice “me encanta hacer esto, me imagino toda la vida haciéndolo”.

Barranquillera, vive en Bogotá desde pequeña. Estudió publicidad por aprender sobre cine, literatura y arte. Trabajó con amigos y en agencias pero crear para vender carros o jabones no le apasiona.

Los muñecos son su mundo, su vida. Le gusta porque son objetos que generan emociones, lazos, sentimientos. El primero que hizo fue un regalo, un juego y después de este sus amigos le empezaron a pedir. Aprendió sola, experimentando. Y ha ido evolucionando con el tiempo, adoptando en sus muñecos la forma del personaje al que interpretan.

Hace Fridas, Principitos, Tintines. Vende en Soluciones en la Macarena, en Artifice, en Zooka y en Minimal. Ha hecho marquesas del bicentenario para vender de recuerdo en el Museo Nacional y también una vez hizo 800 Fannys, pedido realizado por la misma Mikey, a quien le habían regalado una muñeca con su forma y le encantaba. Las regaló y las vendió en el ultimo festival que estuvo presente.

Se imagina más que un almacén en un taller para enseñar, donde la gente pueda mirar y crear desde sus intereses personales.

Erika desearía retroceder el tiempo y no haber regalado sus muñecos de la infancia. Tiene una colección gigantesca. Siempre le regalan muñecos y ella misma pide que sea así. Ama las noches donde puede sentarse a las seis de la tarde y trabajar hasta las seis de la mañana. En el día se inquieta, prefiere comprar, llevar, moverse. Erika también ama los gatos, ellos al igual que ella, juegan y crean.

Su padre, chef de profesión, se involucró en su trabajo y ahora hace más que ella. Él, perfeccionista y meticuloso le ha dado a Erika el rigor de la técnica que le faltaba. Pero ella, con su forma más espontánea pudo crear sin miedo el mundo que ahora la mantiene.







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miércoles, 9 de mayo de 2012

La mirada felina de Diane Pernet





Viaja por el mundo buscando talentos, contenidos para su blog y promoviendo su festival de Fashion Film. Con una mirada infalible se involucro en el mundo de la moda en los 80 como diseñadora, pasando a ser periodista en los 90, bloguera en el 2000 y ahora, creadora de  una nueva corriente de expresión artística.


Pelo negro azulado encumbrado en lo alto. Velos que la cubren. Accesorios plateados que la adornan. Miles de arañas bajando de ella. Su piel, blanca y suave, engañando a sus años y su tiempo. Labios rojizos, labial fuerte. Sus ojos, pepas negras se esconden tras la sombra de sus gafas oscuras con formas felinas.

De pequeña vestía de rosado y perdía sus tardes imaginado que diseñaba todo su vestuario. Ahora y hace años viste de negro. Influenciada por las viudas sicilianas de las películas de Pasolini y la estética neorrealista de Hitchcock y Visconti. Adoptó el negro como uniforme para no generar conflictos en sus creaciones cuando era diseñadora de moda. Al dejar de diseñar, seguía sintiéndose cómoda, atemporal y propietaria de una estética.


Aunque siempre le gusto el mundo de la moda, su dificultad para dibujar, le hacia creer que no tenía el talento necesario. Estudió cine y fotografía, pero no era lo que quería hacer. Su novio, también fotógrafo, le dijo un día "¿por que no haces algo obvio? la moda es obvia". Entro a estudiar a Parsons y a los nueve meses decidió dejarlo ya que sí se quedaba perdería las ganas. Montó un pequeño atelier en West Village, al frente del taller de Andy Warhol. The Roxy, Madonna bailando sobre las mesas, toda la movida del Soho neoyorquino. No miraba lo que otra gente estaba haciendo, creaba desde su instinto y vestía ya de negro. Madura e independiente decidió mudarse a París contradiciendo los concejos de su astrólogo. Dejó la crudeza del Soho y un negocio exitoso. En París tenía que comenzar de cero, nadie le daba trabajo como diseñadora y ya con cuarenta años no le interesaba entrar a un taller de alta costura. Escribió su primer articulo para Tiffani Godoy sobre los movimientos de las grandes marcas. Después empezó a trabajar como editora y critica de moda en revistas como Joyce, Elle y Vogue. fr.
En el 2005 el mundo de internet móvil, celulares y tecnología, se combinaba con los blogs de economía y política. Diane, estaba presente en la primera fila de todos los desfiles. Tomaba fotos, hacía comentarios y los subía a su blog desde su celular. Todo esto en tiempo real. Así nació A Shaded View on Fashion -un punto de vista sombreado en la moda- uno de los primeros blogs de moda. En el 2008 Diane logra consolidar un proyecto que mezcla moda y cine, presentó el ASVOFF, en París, creando así el primer festival de fashion films. “Son cortometrajes que con una propuesta estética única logran expresar la moda y manifestarla en un nuevo formato. Es la creación de un nuevo género artístico”, dice.

Recorre el mundo buscando y mostrando talento, recomienda para los jóvenes diseñadores crear desde sus raíces con una interpretación internacional. Poseer una excelente técnica y un diseño único ya que el mundo se divide entre la alta costura y la mega industria arrasa-todo del fat fashion.

Siempre a seguido su instinto y generalmente tiende ha estar por delante de la mayoría. Sabe que las tendencias influencian, pero si las persigues ya estas tarde. Que la moda es pasajera. Que el estilo es la expresión de uno mismo y es único y atemporal, pero sin embargo en este mundo es más fácil ir a favor de la corriente. Cree que la pureza es sinónimo de belleza.

Mezcla los nuevos medios, instalaciones y todo lo que sea original ya sea moda, música o gastronomía. Concibe la moda como arte, arte que llega a la gente, que es la misma gente quien la puede crear. La moda ya no está limitada a 250 personas, la burbuja está rota.

Diane se levanta, disfruta de sus soledad. Revisa sus mails, su blog, su agenda. Mira su horóscopo del día. Se encumbra el pelo... 

lunes, 7 de mayo de 2012

Lucia Ortiz entre la pasión y la paciencia



Sus ojos, grandes, negros, profundos. Abrirlos, despertar, actuar, experimentar. Bajar un diseño, un boceto mental, unas líneas inspiradas en un ventana. Conexiones. Poner toda su esencia en una pieza. 

Lucia Ortiz, joyera y artista. Los materiales nobles contenidos en sus manos. Más el tiempo: la creación. Accesorios para telenovelas del siglo XIX o árboles gigantes para proyectos arquitectónicos. La constante: objetos, diseño, retos personales que involucren la transformación de la materia.

“Siempre me gusto lo que se hace con las manos”. Tras no pasar en la facultad de artes de la universidad de los Andes, viajó a Manizales donde Diego Monsalve, un tío materno que le dio un espacio en su taller como aprendiz. Su corto viaje se convirtió en una estadía por dos años. Fue la mejor escuela. Su tío, proteccionista, amoroso y perfeccionista, le enseñó un oficio minucioso y detallista, un oficio para crear mezclando la pasión y la paciencia.

La administración en los primeros años de Compas, la primera tienda arte-objeto de Bogotá.  Clases de pintura, escultura y experimentación textil. Proyectos para la televisión. Grandes obras para proyectos arquitectónicos. Las clases en facultades de diseño. El Reiki y los Temascales. Las noches solitarias en su taller. Lucia esconde su tiempo entre sus manos. 18 años de búsquedas. 

Sabe que la perfección no existe pero la persigue. Una pieza será lo que ella quiere que sea, aunque la repita una o cinco veces. Sus búsquedas han generado un interés por las formas limpias. Aunque es versátil y le gustan todos los estilos, se identifica con lo contemporáneo donde la imaginación vuela. Básica y lineal, disputa entre el cobre, el bronce, la plata o el oro combinados con materiales no convencionales como alas de mariposas, objetos superpuestos o mezcla de texturas. 

Sabe que la joyería compite con la bisutería, la mediocridad y la falta de técnica. Que los críticos son los que suben o bajan a cualquiera. Pero está segura de su camino, del que le queda. Sus ganas de volver a poner un taller tipo galería, versátil como ella, que remplace el que tuvo hace unos años en la Candelaria.

Lucia abre los ojos, grandes, negros, profundos. Recuerda su infancia, las fiestas donde los recordatorios los hacia su tío. Recuerda sus crisis existenciales y a su profesora Claudia diciéndole “No lo dejes, explota tu potencial”. El tiempo. Ese camino que volvería a repetir. Abrirse, mostrarse, poner toda su esencia en una pieza, generar conexiones. Perderse veinte horas seguidas en sus piezas únicas, hechas con sus manos.