lunes, 7 de mayo de 2012

Lucia Ortiz entre la pasión y la paciencia



Sus ojos, grandes, negros, profundos. Abrirlos, despertar, actuar, experimentar. Bajar un diseño, un boceto mental, unas líneas inspiradas en un ventana. Conexiones. Poner toda su esencia en una pieza. 

Lucia Ortiz, joyera y artista. Los materiales nobles contenidos en sus manos. Más el tiempo: la creación. Accesorios para telenovelas del siglo XIX o árboles gigantes para proyectos arquitectónicos. La constante: objetos, diseño, retos personales que involucren la transformación de la materia.

“Siempre me gusto lo que se hace con las manos”. Tras no pasar en la facultad de artes de la universidad de los Andes, viajó a Manizales donde Diego Monsalve, un tío materno que le dio un espacio en su taller como aprendiz. Su corto viaje se convirtió en una estadía por dos años. Fue la mejor escuela. Su tío, proteccionista, amoroso y perfeccionista, le enseñó un oficio minucioso y detallista, un oficio para crear mezclando la pasión y la paciencia.

La administración en los primeros años de Compas, la primera tienda arte-objeto de Bogotá.  Clases de pintura, escultura y experimentación textil. Proyectos para la televisión. Grandes obras para proyectos arquitectónicos. Las clases en facultades de diseño. El Reiki y los Temascales. Las noches solitarias en su taller. Lucia esconde su tiempo entre sus manos. 18 años de búsquedas. 

Sabe que la perfección no existe pero la persigue. Una pieza será lo que ella quiere que sea, aunque la repita una o cinco veces. Sus búsquedas han generado un interés por las formas limpias. Aunque es versátil y le gustan todos los estilos, se identifica con lo contemporáneo donde la imaginación vuela. Básica y lineal, disputa entre el cobre, el bronce, la plata o el oro combinados con materiales no convencionales como alas de mariposas, objetos superpuestos o mezcla de texturas. 

Sabe que la joyería compite con la bisutería, la mediocridad y la falta de técnica. Que los críticos son los que suben o bajan a cualquiera. Pero está segura de su camino, del que le queda. Sus ganas de volver a poner un taller tipo galería, versátil como ella, que remplace el que tuvo hace unos años en la Candelaria.

Lucia abre los ojos, grandes, negros, profundos. Recuerda su infancia, las fiestas donde los recordatorios los hacia su tío. Recuerda sus crisis existenciales y a su profesora Claudia diciéndole “No lo dejes, explota tu potencial”. El tiempo. Ese camino que volvería a repetir. Abrirse, mostrarse, poner toda su esencia en una pieza, generar conexiones. Perderse veinte horas seguidas en sus piezas únicas, hechas con sus manos.








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